martes, 23 de febrero de 2010

Postconcierto privado para un publico diferente

Esto me paso en mi gira por Cuba. Luego del concierto oficial entonces llegaron estos cubanitos a ver de cerca y preguntar. Nunca fue tan enriquecedor el hecho de tocar un instrumento.
Gracias a este cuento de 20 lineas, por que el gane un premio en el concurso El dinosaurio de minicuentos, me han incluido en un catalogo de escritores, a mi, que nunca había escrito nada en serio, y que lo único que hago profesionalmente es tocar la guitarra. Por culpa de este texto he empezado a pensar que esta gran afición por escribir me puede dar una nueva oportunidad de comunicacion. Es indescriptible la sensación que produce ver mis propias ideas en letra impresa, ser leído por algunos seres humanos. Por esta razón decidí crear este blog, cuyo nombre pretende ilustrar mi dos grandes pasiones, la música y la literatura. Compartir es todo lo que pretendo, y de paso darme el gusto de la interacción. Entonces La Musa es y tenia que ser mi primera publicación. Saludos a todos.
Nota aclaratoria propia de los escritores principiantes:
Las buenas obras no hay que explicarlas. En este caso se trata de una muchacha del futuro que visita a Hemingway para mostrarle un cuento que empieza a perfilar. El Maestro no solo le hace el amor, sino que también le roba la idea con la que escribiría una de sus obras maestras, El viejo y el mar. A la muchacha se le acaba el tiempo de visita al pasado escogido y desaparece ayudada por una maquina del tiempo que nunca se menciona de manera explicita, y que trae mucha confusión al lector. Ya lo decía un maestro de un curso de narrativa, hay que tener piedad con el que lee. Esta nota intenta compensar lo críptico de mi primer intento literario, que me enorgullece a pesar de todo, porque fue el primero y GANE UN PREMIOOOOOO!!!!!!!
LA MUSA

Por: Jorge Luis Garcell Santana

Dejé caer el peso de mi mano sobre la tecla, esa implacable tecla marcada con la flecha en sentido contrario a lo que escribes. Vi cómo desaparecían las letras una por una, las frases, los párrafos, El Cuento. Quedó el cursor en un intermitente desafío.
—Pero, ¿por qué? ¡Tenías un relato excelente!
En otras circunstancias me lo hubiera creído, pero El Maestro, El Gran Escritor, tenía las manos en mis senos, me acariciaba con ese vaho de nicotina que todavía me acompaña. Si no fuera por mis pezones de veinte años, jamás se hubiera tomado el trabajo de leerme.
—Solo tienes que cambiar el final. Deja que los tiburones se coman todo el pescado. Si permites que el viejo llegue a la costa con un pedazo, la historia pierde intensidad.
—Si cambio el final ya no sería mi cuento —le dije.
Déjalo para después. Ven conmigo.
La impotencia me volcó sobre su cuerpo. Me desnudé con furia fingida. Necesitaba que fuera rápido, sin preámbulos. Busqué con ansias el dolor, y él se rindió en el décimo golpe de cintura.
—¿De veras te gustó lo que escribí?
Inténtalo otra vez –me dijo– vale la pena.
En ese momento sonó la alarma del Timer.
—Ya no me queda tiempo —le respondí.
Puse todas mis cosas en La Máquina y tecleé: Julio 21 de 2052.
—Te lo regalo, puedes terminarlo a tu manera —. Le hice un guiño, pulsé el Enter, y desaparecí.